Para mi esposa Yolanda.
Eran poco más de las siete de la tarde cuando me despedí de mis alumnos, pero en Concepción, en invierno, ya está oscuro.
Caminaba por los iluminados y abiertos corredores del Barrio Universitario hacia mi casa, como muchos otros profesores, alumnos y funcionarios al término de la jornada, cuando emergió de la sombra, en dirección contraria a la mía, como si se hubiera materializado de repente, un perro negro. Una señora que me precedía se le acercó con amable curiosidad, pero al llegar junto a él se quedó paralizada. Sólo dijo “¡Perrito...!”, en un sollozo, y retomó vacilante su camino.
No era para menos. Ese perro estaba en las últimas. La pata trasera izquierda, inútil, no aportaba nada al avance. Se impulsaba con las otras tres, no sin gracia, con un meneo parecido al de los nadadores al estilo mariposa. Cosas rojas y húmedas, parecidas a trozos de intestino, asomaban de su vientre y se estiraban hacia abajo en cada impulso, goteando sangre. “Está herido de gravedad. Me morderá si me acerco”, pensé. Con todo, caminaba en línea recta, la vista al frente, como un soldado haraposo que va con los vendajes cochinos impregnados de sangre, pero erguido y solemne, para que no se imaginen los otros que está fuera de combate. Al pasar frente a mí me miró de reojo y siguió, como un perro de negocios que no puede llegar atrasado a una reunión importante. Pero con la mirada, en ráfagas instantáneas, conversamos un poco.
-¡Cómo se te ocurre que te iba a morder! Olfateo que te gustan los perros y que en particular tienes hacia mí una buena disposición.
- ¿Por qué estás tan apurado? ¿Huyes de la muerte?
- Ahora mismo voy a verla, y por eso no puedo atenderte. La entrevista será en la escalera del edificio de
-¿Qué te pasó?
- Me golpeó un automóvil, en la esquina de
-¿Sufres mucho? ¿Puedo hacer algo por ti?
- No te puedo explicar en detalle, pero no me duele. Es un proceso fisiológico natural concomitante a los grandes traumas como el que me afecta. Lo que puedes hacer es dejarme pasar.
- Te compadezco.
- No es necesario, gracias. Aquí te dejo algunas frases para el bronce. He cumplido como perro. Comí cuando y cuanto pude comer, peleé cuando debí hacerlo, dormí cuando tuve sueño. Hice enérgicamente la corte a las perras en celo que estuvieron cerca. Tengo once años, catorce hijos, un sólo amo. No estuvo tan mal. Compadécete a ti mismo.
-¿?
- Nosotros aún no salimos del paraíso terrenal. No tener conciencia de pecado significa no pecar. Sólo sé que nada sé. Yo soy yo y mi actual circunstancia.
- No te pongas pedante. No te creas superior al hombre.
- Cierto es que somos usados por ustedes en experimentos médicos, o en calidad de bombas para llevar explosivos contra sus enemigos, o eliminados cuando no tenemos dueño, lo que puede verse como una manifestación de alguna superioridad del hombre frente al perro. Pero la dependencia afectiva hacia nosotros de millones de ustedes, especialmente niños y personas de cierta edad, es grande y creciente. En los supermercados los productos para perros son cada vez más variados y numerosos. Ustedes aprecian a quien los recibe con alborozo cuando llegan del trabajo psicológica y físicamente deshechos. Y a quien les entrega fidelidad sin condiciones, lo que no ocurre con sus colegas, clientes, ni proveedores.
- ¿No creerás que es el destino manifiesto de los perros dominar el mundo?
- Nosotros somos sumamente gestálticos, y no planificamos nada. Ese tipo de convicciones y anhelos son típicamente humanos y traducen el miedo a vivir que los caracteriza. Te subrayo que toda dominación trae como consecuencia alguna dependencia del dominador hacia el dominado.
- ¿Sabes algo de poesía?
- Somos pobres en eso. No diferenciamos entre la cosa y el concepto de la cosa. No nos es dado entrar en metáforas. Hay algunas teorías que pretenden extender el lenguaje para abarcar la expresión corporal, en lo que tenemos algunas ventajas, pero no les veo mucho asidero. Algo encontramos en los versos de Nicanor Perra.
- Parra.
- Neurosis detallista. Parra, Perra o Porra, da lo mismo. Sabemos de quien hablamos. Antipoeta Chilensis. Me refiero a que captamos el notable efecto que producen esos poemas en los auditores.
- ¿Y la música?
- Eso es diferente. A los tres meses cualquier cachorro tiene mayor capacidad auditiva que Mozart. Una sinfonía de Mahler es una pequeña fracción de los contenidos sonoros que nosotros podemos captar. Y distingamos la calidad de la cantidad, porque el estrépito no agrega más que incomodidad.
- En materia de pintura sabes poco.
- O nada. No tenemos colores. Eso no nos impide apreciar el realismo de los retratos de perros que grandes pintores como Rembrandt y Velásquez han logrado. Pero esa imposibilidad de apreciar el colorido se compensa en nosotros con nuestro olfato privilegiado. Nosotros olemos el miedo, la alegría, la tranquilidad. Cuando olemos a una perra en celo es, es,...
- Entiendo.
- No podrías. Te falta mucha perrosidad para entenderlo.
- ¿Cómo te puedo ayudar?
- Ya te di la respuesta: de ninguna manera. Ahora bien, aprovechando la oportunidad y como olfateo que te crees escritor, pon en unas líneas que me viste así como estoy, au but de mon rouleau, pero que yo no tenía pena. Que te dio un poco de miedo al verme, y que después se te hizo un nudo en la garganta. No lo puedes negar, porque te he olfateado el nudo en la garganta. En estos tiempos de porquería que les han tocado a ustedes no están de moda las cosas sentimentales, pero pon eso de todas maneras. Puedes agregar que yo era de color oscuro, casi negro, que mis padres se separaron antes de yo nacer, que tuve un hermano vagabundo y otro policía. Que en general fui un buen perro, y que si mi amo alguna vez lee lo que escribas sabrá que el miércoles 17 de julio de 1996 al anochecer no estuve en casa como todos los días para recibirlo moviendo la cola, porque tuve un accidente y consideré que no era bueno para él verme en este estado. Ahora adiós, me disculpas. Como dije, tengo una cita ineludible.
Me quedé mirando durante unos momentos su, a pesar de todo, armonioso desplazamiento. Retomé mi camino. Si algún día tuviera ya la hora fijada para mi reunión con la misma señora que había convocado al perro ¿tendría tanta entereza como él para ir a verla?
Oscar Alejandro Sáez Morán